Varias causas xudiciais abertas e centos de imputados e testigos chamados a declarar. Esa é a realidade desde hai anos na cidade de Lugo. En todas elas un denominador común: políticos e empresarios baixo sospeita de supostos delitos de corrupción. Na convicción de loitar contra o silencio, contra a omertá declarada ao respecto por algúns partidos, Esquerda Unida alza a voz para loitar contra esa lacra social que é a corrupción.

lunes, 4 de abril de 2011

EL SILENCIO DEL HOMBRE CLAVE

04/04/2011 - X.A. / El Progreso

Ni una línea de explicaciones y sólo un folio de declaración judicial. De la boca de J.M.G.A., encargado del Queens, no salió ni palabra sobre las prostitutas que supuestamente mantenía en semiesclavitud o sobre los miembros de fuerzas del orden que le sacaban las castañas del fuego cuando se metía en problemas, a cambio de dinero y favores sexuales.

«¿Quienes son ustedes? Nadie. Ustedes no son nada. Si les pasa algo, quién va a preguntar. Yo les pego un tiro y las llevo a enterrar a una gruta y nadie pregunta». Son supuesta frases textuales del presunto proxeneta, recogidas de las declaraciones en el juzgado de una de las chicas, a las que tenía atemorizadas.

La jueza Pilar de Lara y su equipo de guardias civiles sumaron decenas de testimonios de chicas y todos son coincidentes, con matices, acerca de las maniobras de J.M.G.A., quien básicamente se las ingeniaba para reclutar a mujeres en países suramericanos a través de otras compañeras que ya estaban aquí. Con una carta de invitación llegaban a España y la organización les facilitaba los billetes, estableciendo la llamada «deuda», que la chica debería pagar con sus servicios sexuales. Hasta ahí nada difiere de una organización de trata de blancas al uso.

Pero el dueño del Queens no es un tipo al uso. Con pocos escrúpulos y la mano fácil, según las prostitutas, J.M.G.A. se metió en el lío más gordo de su vida -antes de éste, claro- la noche en la que metió varias cuchilladas a un delincuente. De eso hace casi una década y, más que perjudicarle, ayudó a labrar su fama de hombre duro. Una mínima condena que no implicó su ingreso en prisión fue celebrada con una fiesta en el Queens. Ese día entró gritando: «Me costó dinero, pero estoy libre», aludiendo a la cantidad que pagó a la víctima y a su abogado. Después, sacó la pistola y disparó a unos cubos de aceite vacíos en la cocina.

Dicen que abusaba de la cocaína y le gustaba bailar cuando iba pasado de vueltas. Y entonces también disparaba, como atestiguan los agujeros de balazos en el techo de la zona de baile del Queens. Las prostitutas le tenían pavor y en los círculos femeninos circulaban todo tipo de rumores, hasta que mató a una chica. Leyenda o verdad, el juzgado no consiguió dar con la identidad de la mujer ni con el lugar donde estaría enterrada.

J.M.G.A. era buen amigo del cabo A.L.T. -este dice que era su confidente-, aunque en su nómina de amigos uniformados había más. Uno destaca sobremanera, el inspector de la Policía Local, que tan metido estaba en el Queens que los dan por socios.

El agente local era quien le quitaba las multas. «Se creía el rey del mundo», declara otra de las chicas cuando relata que aparcaba sobre las aceras y conducía a más de 200. En la Guardia Civil parece que también le quitaban las sanciones y cierto día, dada la gravedad de la factura, hasta hubo un cónclave de altos mandos. Al final no pagó. Nunca lo hacía. A cambio montaba fiestas, una de ellas para celebrar que lleva «27 años conduciendo sin carné», según dijo.

El Queens era por momentos un antro del surrealismo. Casi cómico, de no ser por la situación que vivían las chicas. El policía local no sólo quitaba multas y se acostaba gratis, también vendía camisetas de Dolce & Gabanna; el taxista que llevaba y traía a las mujeres se encargaba de vender los condones, a razón de 40 euros la caja de 120; y los clientes tenían sus motes entre las chicas, como por ejemplo el policía nacional al que conocían como ‘el chupapies'.

Dos empresarios destacaban entre el resto de clientes, ambos del sector de la construcción, según las declaraciones de las chicas. A los dos les gustaba subir con varias mujeres y pasar la noche «de fiesta», un término que implicaba cocaína por el medio. Hasta 6.000 euros al mes se gastaban, antes de que llegara la crisis del ladrillo. Ahora «pasaban un mal momento, sobre todo uno», dice una de las testigos.

Un día quitó las bragas a las chicas y las sorteó. Todo eran risas, incluso entre ellas. Eso sí, forzadas para no desagradar al jefe y que se pusiera violento una vez más.

J.M.G.A., al que le gustaba «montar y desmontar coches en la parte de atrás del Queens», mantiene un litigio con su ex mujer -que lo acusa de obligarlo a firmar la separación a punta de pistola- por la custodia de su hija, que cuenta unos siete años de edad. La madre testifica ante la jueza y relata todas las penurias que vivió, con agresiones y violaciones por parte del imputado, aunque ahora vuelve a tener la custodia de la pequeña. Su padre la solía llevar habitualmente allí de visita, incluso cuando tenía dos días, según su madre.

No ponía sillas porque «de pie se trabaja más». Una decena de sillas no llegaban a nada en el Queens. Las chicas llegaron a pedirle que pusiera más asientos, porque pasaban mucho tiempo erguidas, a lo que J.M.G.A. respondía que «de pie se trabaja más».
Con chaqueta ancha. Solía vestir amplias prendas, posiblemente para guardar el fajo de billetes del que presumía y el arma, según comentan varias chicas. Por dinero no había problema, por ello uno de los habituales era un guardia civil que compite en carreras de motos y del que J.M.G.A. era mecenas.
El billete falso. En un registro en una caja de seguridad de un banco, a nombre del encausado, se encontró una importante cantidad de dinero. En el medio, un billete de 50 euros falso.
El conseguidor. En los autos figura un soplo sobre una llamada desde un restaurante. Alguien lo llamaba para conseguir chicas para tres políticos y otros tantos altos cargos. También en el expediente hay fotos de J.M.G.A. con chicas, a pecho descubierto y con sombrero vaquero.
Y callado, por ahora. Todos los implicados saben de la importancia del silencio del principal imputado. Tras la detención de media docena de policías, J.M.G.A. fue llevado casualmente al juzgado por otro caso. Cuando pasó al lado de otros agentes dijo: «Tranquilos en la comisaría, yo no hablo».

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